Procesamiento sensorial en niños: cómo interpretan el mundo a través de sus sentidos
- Natalia Garza

- 8 sept
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 15 sept
¿Tu hijo se tapa los oídos con ruidos que a ti no te molestan? ¿Rechaza etiquetas, ciertas texturas de comida o se mueve sin parar como si tuviera un motor encendido? Aunque a veces parezcan simples “berrinches” o excentricidades infantiles, muchas de estas conductas tienen una raíz profunda: el procesamiento sensorial.
En este artículo te explicaré cómo los niños perciben, interpretan y reaccionan al mundo que los rodea a través de sus sentidos. Y por qué, cuando tienen desafíos para realizar este proceso sensorial, su conducta, aprendizaje y bienestar emocional pueden verse afectados.

¿Qué es el procesamiento sensorial?
Todos nuestros sentidos le brindan información al cerebro de cómo se encuentra el mundo que nos rodea y cómo se encuentra nuestro propio cuerpo. Nuestro cerebro recibe, organiza e interpreta esa información y decide cómo responder a ella; puede ser ignorarla si no la considera relevante o hacer un ajuste/acción con nuestro cuerpo.
Cerebro: "Decidiré lo que voy a hacer con la información que acabo de recibir - ¿Ignorarla? ¿Responder con una acción? ¿Alertar al cuerpo de un posible peligro?"
Ese proceso automático —recibir, filtrar, organizar y responder a estímulos— es lo que llamamos procesamiento sensorial.
En los niños, el procesamiento sensorial es clave para que puedan jugar, aprender, explorar y desenvolverse con seguridad. Cuando funciona bien, el cuerpo responde de manera proporcional a los estímulos. Pero cuando algo no va bien, los niños pueden sentirse desbordados por el ambiente o, al contrario, parecer desconectados y “en otro mundo”.
Los sentidos: más allá de los cinco que ya conoces

Crecimos aprendiendo que tenemos cinco sentidos. Pero en realidad, el cuerpo humano cuenta con al menos ocho sistemas sensoriales que trabajan en conjunto. Algunos son más conocidos, como la vista o el oído, pero otros son más “internos” y esenciales para moverse, comer, calmarse o saber qué está pasando dentro del cuerpo.
Aquí te los explico con ejemplos cotidianos:
1. Vista (visual)
Percibimos formas, colores, movimiento, distancia y profundidad. Es clave para actividades como leer, escribir o jugar con pelotas.
2. Audición (auditivo)
Nos permite procesar sonidos del entorno y del lenguaje. Ayuda a regular la atención, seguir instrucciones y adaptarse a ambientes ruidosos.
3. Tacto (táctil)
Nos informa de texturas, temperaturas, presión, cosquilleo y dolor. Tiene un papel enorme en la alimentación, el vestido, el juego y la socialización.
4. Gusto (gustativo)
Permite distinguir sabores. Se relaciona con el placer o rechazo hacia ciertos alimentos, y puede influir en los niños con alimentación selectiva.
5. Olfato (olfativo)
Además de percibir olores, se vincula con emociones y recuerdos. Un niño con sensibilidad olfativa puede rechazar comidas, baños públicos o materiales escolares.
6. Propiocepción
Es la “conciencia del cuerpo”. Nos dice en qué posición están nuestros músculos y articulaciones. Permite ajustar la fuerza y moverse con control (por ejemplo, cargar algo sin romperlo o caminar sin mirar los pies).
7. Vestibular
Se ubica en el oído interno y regula el equilibrio, el movimiento y la orientación espacial. Afecta la postura, el nivel de alerta y la coordinación.
8. Interocepción
Es la capacidad de notar lo que pasa dentro del cuerpo: hambre, sed, temperatura, dolor, ganas de ir al baño. Influye directamente en la autorregulación emocional.
¿Qué pasa cuando el procesamiento sensorial en los niños está alterado?
Cuando el cerebro no logra procesar bien los estímulos, la conducta del niño puede parecer desproporcionada, errática o inadecuada... pero en realidad está tratando de adaptarse a lo que siente.
Estas dificultades pueden manifestarse de dos formas principales:
🔴 Hiperrespuesta sensorial (hipersensibilidad)
El cerebro percibe los estímulos como demasiado intensos.
Evita ciertas texturas en la ropa, como etiquetas o calcetines apretados.
Llora o se irrita con sonidos cotidianos, como una licuadora o el timbre.
Reacciona con enojo o miedo al contacto físico inesperado.
Tiene problemas con ciertas texturas de alimentos: “muerde y escupe”, se tapa la nariz, rechaza probar.
🔵 Hiporrespuesta sensorial (hiposensibilidad)
El cerebro no detecta bien los estímulos o necesita más intensidad para notarlos.
Parece no notar cuando se cae, se golpea o se ensucia.
Busca experiencias fuertes: chocar, apretar, morder, moverse sin parar.
Tiene poca respuesta a su nombre o a ruidos importantes.
Se “desconecta” fácilmente del entorno.
Algunos niños pueden tener una mezcla: ser muy sensibles al tacto, pero necesitar mucho movimiento para sentirse bien.
¿Cómo saber si hay una dificultad sensorial? Señales de alerta en casa
Aunque todos los niños pueden tener días más intensos, lo importante es observar si estas conductas son frecuentes, intensas y afectan su día a día. Aquí tienes una lista concreta.
En el juego y el movimiento:
Evita columpios, escaleras o actividades físicas.
Busca constantemente girar, trepar o chocar.
Se cansa fácilmente o parece descoordinado.
En la rutina diaria:
Rechaza ciertos tipos de ropa, etiquetas o zapatos.
Llora al bañarse, peinarse o cortarse las uñas.
No tolera cambios de temperatura o texturas nuevas.
En la alimentación:
Tiene una dieta muy limitada (por color, textura, temperatura).
Llora, escupe o vomita ante ciertos alimentos.
Se niega a probar comida nueva aunque tenga hambre.
En la atención y conducta:
Cambios bruscos de humor.
Estallidos emocionales ante cambios o estímulos mínimos.
Se distrae fácilmente o parece “en su mundo”.
¿Cuándo consultar a un profesional?
Cuando estas señales son persistentes y afectan el desarrollo, la socialización o la relación familiar, es buena idea consultar con una de las siguientes:
terapeuta físico u ocupacional con enfoque en integración sensorial
terapeuta físico con certificación en neurodesarrollo
Ella podrá realizar una evaluación individualizada y guiarte con estrategias específicas, adaptadas a las necesidades del niño y del entorno familiar.
Recuerda: no se trata de etiquetar o buscar un diagnóstico de inmediato. Se trata de comprender mejor a tu hijo y encontrar formas de ayudarlo a sentirse más cómodo, seguro y autónomo, procurando su bienestar emocional.
En resumen…
Procesar bien los estímulos es la base para aprender, jugar, moverse, comer, dormir y autorregularse. Cuando este proceso no fluye, los niños no se portan “mal”: simplemente están reaccionando a un mundo que no pueden interpretar del todo bien.
Comprender esto cambia la forma en que los miramos y abre la puerta a un acompañamiento más respetuoso, informado y eficaz.
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